miércoles, 12 de enero de 2011

"El Secreto de Secretos"

Hubo un lugar, una vez en los tiempos de los tiempos, llamado Secretos. Este era un país, si se podía llamar así, que se hallaba dentro de una cueva gigantesta. Este lugar no correspondía nada a su nombre, puesto que, eran los mismos secretos los que echaban en falta sus ciudadanos. Todo el mundo sabía todo de todos; las paredes de las casas, hechas de un extraño material, fino como el papel, pero aislante frente a la humedad del lugar, permitía que los vecinos supieran absolutamente todo lo que ocurría en la casa del de al lado, del de arriba, o del de abajo sin que ni siquiera tuvieran que agudizar el oído.
Dorothy era una sisce, que era como se conocían a los habitantes de Secretos, poco común, al contrario que el resto de sus amigos, familiares y vecinos, era una muchacha callada. Pocas veces utilizaba las palabras a menos que fuere indispensable, como para responder una pregunta en clase o para pedir algo. Eso, algunas veces, la ponía en el centro de mira de Secretos. La señora Nookess, una viuda que vivía con trece murciélagos en la tercera calle de la avenida Feighunk, había hecho correr la voz de que todos los viernes a eso de las 6 y 7 minutos de la tarde, Ian Loidyus, el hijo del ferretero, venía a recogerla y se iban al parque Lopp -un viejo parque a las afueras poco visitado debido a su mal cuidado- y no volvían hasta la noche. Su nieto, Fahjok Nookess, por órdenes de su abuela, había seguido a los jóvenes una tarde y había observado que hablaban poco durante sus encuentros , pero que se escribían montones de cosas el uno al otro en una pequeña libreta que se dedicaban a pasarse.
Los siscenses , intrigados por su ignorancia de un asunto tan interesante, no tardaron en planear para hacerse con el famoso bloc de notas. Pero como en Secretos nada era un secreto, Ian y Dorothy no tardaron en enterarse de la artimaña.
Fue entonces cuando decidieron huir.
Con el silencio que les caracterizaba, empaquetaron sus cosas y corrieron fuera de la gran cueva de Secretos, tan silenciosos habían sido y tan bien ocultaban sus emociones. Que nadía se dio cuenta que habían desaparecido hasta que a la mañana siguiente nadie vio salir a ambos de sus respectivas casas.
Lejos de allí, al sol y disfrutando por primera vez en su vida del olor de la hierba, el viento ondeando sus cabellos y el calor penetrando en sus cuerpos, Dorothy musitó con alegría y seguridad de que nadie más que Ian oiría sus palabras:
-¡Por fin!
Y sin esperar respuesta, se lanzó a sus brazos y lo besó; disfrutando, tan bien por primera vez en su vida, de un secreto.


Davis Bisbal-Mi princesa

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